domingo, 23 de noviembre de 2008

Coyuntura Política XXI
Identidades individuales y
colectivas en Gilberto Giménez

El caso del Frente Amplio Social de Veracruz

II de III partes

Raúl Abraham López Martínez

En la primera parte de estas tres entregas hice referencia a la propuesta conceptual de Gilberto Giménez en torno a las identidades individuales. Ahora voy a hacer referencia al concepto de identidad colectiva que propone este autor.
Giménez considera que es posible hablar de identidades colectivas “por analogía con las identidades individuales”, advirtiendo que en esta analogía prevalecen elementos diferentes y semejantes entre sí.
Basándonos en su libro “Estudios sobre la cultura y las identidades sociales” editado por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes y la Universidad Jesuita de Guadalajara en el año 2007, podemos ubicar las siguientes diferencias:
a) Los grupos y otras categorías colectivas carecen de autoconciencia, de carácter, de voluntad o de psicología propia; por lo tanto hay que evitar otorgarle rasgos psicológicos a las identidades colectivas;
b) no constituyen entidades discretas, homogéneas y nítidamente delimitadas, razón por la cual hay que evitar deificarlas, naturalizarlas o sustancializarlas indebidamente;
c) las identidades colectivas no constituyen un dato, componente “natural” del mundo social, sino un “acontecimiento” contingente y a veces precario producido a través de un complicado proceso social(macropolíticas o micropolíticas de grupalización).
d) Y finalmente los grupos se hacen y se deshacen, están más o menos institucionalizados u organizados, pasan por fases de extraordinaria cohesión y solidaridad colectivas, pero también por fases de declinación y decadencia que preanuncia su disolución.
En lo que respecta a las semejanzas encontramos lo siguiente:
a) La capacidad de diferenciarse de su entorno, de definir sus propios límites;
b) de situarse en el interior de un campo y de mantener en el tiempo el sentido de tal diferencia y delimitación, es decir de una “duración” temporal.
A partir de este marco analítico Gilberto Jiménez procede a definir la identidad colectiva de la siguiente manera:
1) Presupone la capacidad autorreflexiva de los actores sociales, ya que la acción colectiva no constituye una simple reacción a las presiones sociales y a las del entorno, sino que produce orientaciones simbólicas y significados que los actores pueden reconocer;
2) implica que los actores sociales tienen la noción de causalidad y pertenencia, es decir, tienen la capacidad de atribuir los efectos de sus acciones a sí mismos; y
3) comporta la capacidad de percibir pasado y futuro, y a vincular la acción a sus efectos.
¿Cómo se crean las identidades?
En la respuesta a esta pregunta, Gilberto Giménez expone que las identidades se aprenden, a partir de la identificación en los distintos niveles de socialización. A partir del acceso a los recursos culturales y sobre todo se aprenden en el “proceso de interacción social”, retomando los aportes del interaccionismo simbólico de Woodard.
¿Qué tipos de identidades colectivas existen?
En este aspecto, Giménez reconoce dos tipos de identidades colectivas:
a) Las identidades colectivas definidas como “Identidades Nacionales” en donde un colectivo construye de manera imaginaria una comunidad política (Benedict Anderson), a través del mito fundacional que permite justificar la presencia de una historia en común, con rasgos culturales “imaginariamente” compartidos. La presencia de estos elementos explican la representación del “somos mexicanos” que da pauta al “nosotros-ellos” que desemboca en lo “mexicano-extranjero”.
b) Las identidades colectivas de grupos, dividiéndolo en dos bloques. El primero hace referencia a su alto nivel de homogenización y restricción, por lo general estas características se presentan en los grupos minoritarios: grupos étnicos, raciales y religiosos.
c) Y el segundo bloque de identidades colectivas; identificado con grupos más amplios e inestables, como los movimientos políticos y sociales; y en fin, grupos organizados e institucionalizados como los partidos políticos y otras asociaciones formales.
Para efectos de analizar la identidad colectiva del Frente Amplio Social de Veracruz (FAS), voy a recurrir a este segundo bloque de identidades colectivas de grupos. Ya que cuando hablamos del FAS estamos haciendo referencia a un movimiento social organizado, que surge en el escenario político veracruzano bajo una determinada coyuntura. Describir y explicar el por qué es un movimiento social y el analizar la coyuntura histórica que le permite surgir como organización y movimiento es un asunto del que voy a tratar en la tercera y última entrega de este escrito.
Carretera libre
Mi más profundo pésame para mi amigo Jaime Toral, comunicólogo, y periodista independiente de la nota roja, por el fallecimiento se su madre. En este momento difícil recibe un fraternal abrazo.
*Director de la revista digital independiente Voz Universitaria .
www.vozuniversitaria.org.mx
raul@vozuniversitaria.org.mx


El alcalde de Tierra Blanca
no le cumple al pueblo

Samuel Aguirre Ochoa

El ex diputado y actual alcalde de Tierra Blanca, Alfredo Osorio Medina, en su primer año de gobierno se quedó muy por debajo de las expectativas que generó cuando fue candidato. Existe la percepción entre los terrablanquenses de que no ha cumplido ni siquiera el 10% de las promesas de campaña y de que los recursos económicos del ayuntamiento los ha utilizado para comprar ranchos de su propiedad e invertirlos en infraestructura para los mismos. La inmensa mayoría de la población comenta que prácticamente no recibe a los ciudadanos que lo van a buscar, y que cuando lo hace, los maltrata con majaderías, regaños e incluso amenazas de que él es muy poderoso, que vale más que nadie lo contradiga en sus planteamientos. No deja hablar a los ciudadanos, pues se agarra a hablar, hablar y hablar, presumiendo que es muy amigo del gobernador, que cuando fue diputado era su consentido y varios etcéteras más que sería muy largo enumerar aquí.
Con Antorcha campesina hizo el compromiso de hacer en este primer año de la administración obras para las comunidades antorchistas por un monto de 5 millones de pesos y, a la fecha, prácticamente no ha cumplido en nada: inició la construcción de un tramo del drenaje en el poblado El Jícaro, no lo ha terminado y lo poco que hizo se encuentra abandonado. Con el argumento de que no le han llegado los recursos de la burzatilización ha venido dándole largas a los campesinos y haciéndoles creer que tan pronto le lleguen realizará las obras, cosa que es totalmente falsa, pues a la fecha ya debió haber cerrado el ejercicio del presente año. Lo mismo ha sucedido con otras agrupaciones y otros poblados, tampoco les ha cumplido.
En lo que va de la actual administración, el señor presidente municipal ha dejado ver su verdadera forma de gobernar: tiene un concepto bastante restringido y francamente utilitario de la democracia. Para Alfredo Osorio, la democracia sólo puede y debe consistir en el derecho del pueblo a elegir libremente a sus gobernantes mediante el voto universal, directo y secreto; pero una vez hecho esto, el pueblo debe renunciar a toda otra forma de participación en la vida pública, dejando en manos de él, que se las da de saber mucho, la tarea de construir, a su leal saber y entender, sin ningún tipo de interferencias, la felicidad de los terrablanquenses. Cayendo de esta manera en las formas de gobierno absolutistas, dictatoriales y autoritarias.
La forma en que entiende la democracia Alfredo Osorio contradice lo que los teóricos consideran como el lado más amable y progresivo de un gobierno democrático. Para que éste sea tal, no basta con que sea elegido libremente por los ciudadanos; es necesario además, que no sólo permita, sino que, aún, fomente distintas formas de participación activa de las mayorías, de tal forma que éstas, con su acción, acoten el poder de los distintos organismos gubernamentales para evitar que se desborden y atropellen al ciudadano indefenso, y orienten las decisiones más importantes de todo el aparato del gobierno municipal, garantizando así que sean siempre tomadas en cuenta y ejecutadas, pensando en el beneficio de todos y no sólo en el de su restringido grupo de incondicionales.
Quienes ven en la democracia solo un buen disfraz para alcanzar el poder por vía legítima, para luego volverlo en contra de quienes lo llevaron a él, le temen como a la rabia a las organizaciones sociales justamente porque ven en ellas el mejor antídoto contra sus mal disimuladas inclinaciones dictatoriales. En su aversión, Alfredo Osorio ha llegado a decir que organizarse para la defensa de los intereses colectivos de los pueblos es un delito al que hay que perseguir sin reparar en los medios para ello. Este señor está equivocado. Organizarse no sólo es un derecho consagrado por la Constitución General de la República; la organización popular es también un deber, pues la misma definición clásica del gobierno, implica que la sociedad puede y debe darse todas las estructuras que considere indispensables para la estabilidad de todo.
Así pues, un gobierno como el del señor Osorio que pretende conculcar el derecho a la libre asociación ciudadana, o simplemente la ignora no dialogando con ella ni respondiendo a sus demandas, es una amenaza a la paz, por cuanto que cierra lo que, en más de una ocasión, es la única válvula de escape a la presión social. Quién sabe lo que vaya a decir en su primer informe de labores, pero una cosa es segura: el pueblo no le da una calificación aprobatoria. Lo reprueba tajantemente por incumplido, por grosero, por déspota y por sus aires de virrey. Ojalá y las cosas cambien para el próximo año.



Democracia y organizaciones sociales
Aquiles Córdova Morán

Las formas de gobierno absolutistas, dictatoriales y autoritarias, se caracterizan esencialmente por mantener a las masas populares apartadas de la cosa pública, totalmente alejadas de la actividad de gobernar y sin ninguna posibilidad real de participar en las grandes (y aún en las pequeñas) decisiones que tienen que ver con sus libertades, con sus derechos y con sus niveles de bienestar. En cambio, es casi un lugar común escuchar, y leer en los grandes tratadistas de la cuestión, que la ventaja de la democracia frente a los regímenes anteriores consiste, precisamente, en que ésta convierte a la política en un asunto público, en que logra por primera vez que el arte de gobernar deje de ser tarea sólo de los especialistas, de pequeños círculos de iniciados, para pasar a ser tema de discusión y de interés de las grandes mayorías y en que abre para éstas la posibilidad de intervenir y orientar las decisiones trascendentales que les atañen.
Sin embargo, no todos los que se dicen demócratas, y hablan de la cuestión en cuanta ocasión se les presenta, entienden el concepto de la misma manera y se apegan estrictamente al requerimiento esencial del mismo a que nos hemos referido hace un momento. Muchos, la inmensa mayoría me atrevería a decir, tienen un concepto restringido y francamente utilitarista de la democracia. Para ellos, ésta sólo puede y debe consistir en el derecho del pueblo a elegir libremente a sus gobernantes mediante el voto universal, directo y secreto; pero una vez hecho esto, debe renunciar a toda otra forma de participación en la vida pública, dejando en manos de los elegidos, de los que “sí saben”, la tarea de construir, a su leal saber y entender, sin ningún tipo de interferencias, la felicidad de sus electores. En síntesis, para la generalidad de los políticos, la democracia se reduce al derecho de la masa a darse un amo con poderes absolutos para decidir sobre vidas y haciendas.
Como entiende cualquiera, este punto de vista contradice lo que los teóricos consideran como el lado más amable y progresivo de un gobierno democrático. Para que éste sea tal, no basta con que sea elegido libremente por los ciudadanos; es necesario, además, que no sólo permita sino que, aun, fomente distintas formas de participación activa de las mayorías, de manera que éstas, con su acción, acoten el poder de los distintos organismos gubernamentales para evitar que se desborden y atropellen al ciudadano indefenso, y orienten las decisiones más importantes de todo el aparato, garantizando así que sean siempre tomadas y ejecutadas, pensando en el beneficio de todos y no sólo en el de los pequeños grupos privilegiados.
Ahora bien, la forma más concreta y eficiente en que pueden participar las masas en el quehacer político de una nación, con probabilidad de éxito, la constituyen las organizaciones sociales. En efecto, dichas organizaciones no solamente les permiten unificar criterios sobre los distintos problemas que las afectan y, por tanto, proponer soluciones efectivas y racionales a los mismos; también son remedio eficaz en contra de la pulverización de fuerzas característica de los grandes conglomerados no organizados y, por lo mismo, una vía segura para ganar peso específico en el panorama nacional y, con ello, aumentar sus posibilidades de ser escuchados y atendidos en sus planteamientos.
Quienes ven en la profesión de fe democrática sólo un buen disfraz para alcanzar el poder por vía legítima para luego volverlo en contra de quienes lo llevaron a él, le temen como a la peste a las organizaciones sociales justamente porque ven en ellas el mejor antídoto contra sus mal disimuladas inclinaciones dictatoriales. Llegan, en su inquina, a declarar que organizarse para la defensa de los intereses colectivos es un delito al que hay que perseguir sin reparar en los medios para ello. Están equivocados. Organizarse no solamente es un derecho consagrado por la Constitución General de la República; la misma definición clásica de Estado implica que la sociedad puede y debe darse todas las estructuras (y no sólo las propiamente gubernamentales) que considere indispensables para la estabilidad del todo. Así, la organización popular no es sólo un derecho; es, debe ser, parte esencial de un Estado verdaderamente democrático.
Un gobierno que se dice demócrata y conculca el derecho a la libre asociación ciudadana, o simplemente la ignora no dialogando con ella ni respondiendo a sus demandas, no sólo es una contradicción evidente; es, además, una amenaza a la paz por cuanto que cierra lo que, en más de una ocasión, es la única válvula de escape a la presión social.

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